¿Cómo
enfrentarnos a la Muerte? Nada más complicado que aceptar la cruda realidad, cuando
esta es funesta. Sospechamos que perecer no necesariamente significa dejar de
existir.
El masón identifica,
desde el momento de su iniciación, un contacto cara a cara con su destino. Al
estar a solas en la Cámara de Reflexiones donde se hallan objetos e
inscripciones que invitan a la meditación sobre la muerte, puede observar su rostro
de primera mano y sabe que en algún momento vivirá sus últimos instantes, sin
embargo la fatídica experiencia de la muerte representada en la iniciación no
culmina de manera dramática, pues se le retira de aquella lúgubre habitación
con la consigna de que deberá vivir los años que le quedan combatiendo los
vicios y las pasiones. Pasamos un momento sensible, pero que cumple con la
función de introducirnos en el mundo del simbolismo.
Allí
empezamos a trabajar el tema de la muerte, a conocerla. Con el conocimiento, aprendemos a construir
una nueva personalidad. Vamos aprendiendo a morir antes de nuestra propia
muerte.
Cuando
accedemos al grado de Maestros, se interpreta la representación de la muerte de
uno de los personajes representativos de la cultura masónica. Tiene una
profunda lección filosófica que va más allá de contar e interpretar una antigua
leyenda.
Interpretar
un papel relacionado con la propia muerte pone la vida en perspectiva, es saber
que tenemos fecha de caducidad, que nada está comprado y que a pesar de no
haber hecho todo lo que teníamos que hacer, igual se nos puede acabar el tiempo. Al
morir, la angustia de no haber hecho nada nos pone de manifiesto que la
inmortalidad no se obtiene por derecho propio.
En el
momento de la exaltación comprendemos que lo que nos va a trascender son
nuestras ideas. Que solo se nos recordará por nuestras obras y la estima que
hemos sabido conseguir. Allí está la inmortalidad, en el recuerdo de las
personas con las que hemos convivido. Al morir, nos damos cuenta que las obras
son las que nos trascienden y las que nos convierten en inmortales.
Sin
embargo aún hay más.
Como
Maestros Masones nos hemos ganado el derecho y el honor a que se nos despida en
una tenida fúnebre, donde se nos recuerde cariñosamente y conceda el último
adiós.
Algunos
hermanos consideran que cuando un masón muere pasa a un lugar llamado "Oriente
Eterno", sin embargo es una cuestión de perspectivas, me gusta creer que el
descanso eterno es personal y que el alma está en el lugar que sus creencias y
deseos siempre quisieron que estuviera.